lunes, 27 de agosto de 2012

LOCURA







Elegí la noche para salir a buscarte
Recorrí  viejas veredas  suburbanas
Apenas con pálidas luces  alumbradas
Atravesé la sombra de oscuros árboles
Y enfrenté  zaguanes alcahuetes

Te busqué,
Desafiando la amenaza de los muros.
Aturdida por  los latidos de mi  corazón.
Ni una lágrima, ni una queja
Nada  brotaría de mi alma.

Un día,
Después de mucho andar,
Me detuve ante tu puerta
(era la hora en que los niños duermen,
 los adultos se apiñan en seguras madrigueras)
Y yo,  al borde de mí misma,
 golpeé con fuerza la madera
Para ofrecerte la flor obscena de mi locura.

miércoles, 15 de agosto de 2012


QUERIDA AMIGA
13 de agosto 2012

 
Querida amiga necesito contarte algo que nunca te dije. Quiero hacerlo porque lo que voy a contarte es algo que está muy dentro de mí y me quita el sueño desde hace varios años. Me ha convertido en lo que viste el día que nos encontramos: un ser tembloroso, que tartamudea al hablar, que ha perdido el pelo y envejecido físicamente mucho más de lo que sus años revelan. Además porque vi que cuando nos encontramos la última vez  te asombraste de mi aspecto.  Es la historia que vivió mucha gente, gente común, que se vio envuelta en situaciones de extrema violencia y avasallamiento de los derechos propios de todo ser humano.
Lo que me sucedió no es desconocido para vos. Estoy seguro que también te viste sacudida por el vendaval que tronchó tantas vidas jóvenes. Algo llegó a mis oídos, algo relacionado con vos y tu compañero. Persecuciones, acosamientos, sospechas,… Tal vez si te cuento mi historia puedas hacer comparaciones y dejar constancia de hechos que hacen a nuestra historia como sociedad y como país.
Cuando dejamos de vernos, yo seguí con mis actividades teatrales: aprendizaje de nuevas teorías y métodos, intentos de agruparnos y compartir nuestros saberes. Por encima de todo, la experiencia de dirigir yo mismo una obra de teatro. Dos o tres años después conocí a Marta, una mujer capaz de jugarse por lo que quería. Más o menos como vos, cuando te decidiste a quemar las naves y venirte a estudiar. Siempre me gustó ese tipo de mujer. Bueno, con ella formamos una pareja, viajamos a Italia; allí dirigí una obra teatral; tuvimos un hijo y disfrutábamos de la felicidad de estar juntos.
A nuestro regreso de Italia, alquilamos una casa y vivíamos felices con nuestro hijito. Recuerdo que un día nos encontramos vos y yo. Al verme con un bebé en brazos me preguntaste si era mi nieto. Vi el asombro en tu cara cuando te respondí que era mi hijo; seguro sacaste cuentas y concluiste que ya tenía edad para ser abuelo. Me contaste, que habías escrito un libro que contenía el relato de cuando nos conocimos; que me agradecías el hecho de haberte animado a venir a estudiar. Estabas feliz, a pesar de muchas cosas jodidas que habías pasado. Pero ambos sabemos que la vida había pasado por encima de nosotros y nos había convertido en sobrevivientes.
El 21 de setiembre de 1976, nunca olvidaré la fecha, estábamos durmiendo con mi mujer y mi hijo, cuando a las dos de la mañana casi tiran la puerta abajo al grito de:
-¡Abran carajo! ¡Abran al Ejército si no quieren que les volemos la casa!- y los golpes arreciaban.
Con Marta nos miramos y vimos que no podíamos hacer otra cosa que abrir la puerta. Así lo hicimos. Entraron de golpe y a los golpes con todo lo que encontraban en el camino. Eran unos cuantos, encapuchados y con armas largas. Nos hicieron tirar al piso boca abajo, tiraron una manta por encima de las cabezas y se pusieron a revolver toda la casa; cuando pasaban cerca de nosotros nos cagaban a patadas en cualquier lugar del cuerpo.. Marta lloraba y pedía por nuestro hijo:
-¡Por favor no le hagan nada al nene! ¡Por favor, por favor! …
Y ellos le contestaban: ¡Dejate de llorar, puta de mierda!- arreciando los golpes.
-¡Así que ustedes son comunistas, verdad! De tu hijo, olvídate. No lo vas a ver más. Vos y el maricón van a saber qué hacemos con los comunistas de mierda! ¡No va a quedar ninguno con vida cuando terminemos!
Tiraban, rompían, pateaban y vociferaban. Al hacer eso creo que se estimulaban para demostrar quién era el más guacho de todos. Supongo que buscaban armas o cualquier otra cosa que, según ellos, tenían que encontrar en nuestra casa. Oíamos el llanto de nuestro hijo pero no podíamos hacer nada con las armas apuntadas a la cabeza como nos tenían. Después que se cansaron y ya no quedaba nada en pie ni en su lugar, nos hicieron parar y nos esposaron. Los llantos del nene ya no se escuchaban más. A mí se me caían las lágrimas pensando en su vida tan breve –sólo tenía seis años- y que lo hubieran reventado para no oír su llanto. Nos vendaron los ojos y nos sacaron de la casa; nos separaron y cargaron en autos diferentes. Escuché arrancar los motores uno tras otro y no supe más nada. Pero hay algo que te quiero contar y es la respuesta a la pregunta que sé que te estás haciendo. No tengo dudas de que te estás preguntando: ¿Cómo hiciste para zafar? ¿Por qué no te mataron?- Es cierto, el hecho de estar contándote estas cosas, me hace sospechoso de haber sido un delator, de haber entregado gente para salvarme yo, ¿verdad? Muchos cargaron con eso. Pero –aunque te cueste creerlo- no fue así. También sé que nadie tiene derecho a exigirle al otro lo que no sabe si hubiera podido hacer en una situación semejante. El que no pasó por la situación de ser torturado no tiene ningún derecho a criticar al que delató o entregó gente. Es valiente quien soporto sin confesar, pero no se puede tratar de cobarde al que no pudo soportarlo.
Te puedo contar todo ésto  porque alguien decidió interceder por mí más de una vez... Primero, cuando terminaron de picanearme por primera vez, pedí agua y oí que alguien sentado al lado mío –al que no pude ver por estar siempre con los ojos vendados- dijo:
-No le den porque recién estuvo en la “máquina”. Así solían llamar a la picana. Y no me dieron agua. En ese momento lo odié, luego me enteré que me había salvado la vida.
Después de cuatro o cinco días, comenzaron a sacarnos del calabozo en que estábamos y a cargarnos en una camioneta. De pronto escucho que alguien dice:
-¡No, a éste no!
-¿Por qué no?- le preguntan. Y la respuesta fue:
-El alias que tiene no es nombre de guerra- Así fue como me salvaron por segunda vez. En el momento no me di cuenta pero luego lo supe. Siguieron torturándome y burlándose de mí igual que de todos los que estábamos ahí. A mi mujer no la vi más, pero sabía que andaba por ahí porque de tanto en tanto escuchaba su voz. Cuando pedía que la dejaran ir al baño o cuando lloraba preguntando por nuestro hijo.
Ya el segundo día de haber estado en ese lugar, alguien se había detenido frente a mí y escuché que decía: -¡No carajo, la puta madre! Horas más tarde, alguien me saca del calabozo y me hace sentar. También la traen a mi mujer y hacen lo mismo. Me da un cigarrillo y un jarro con té.
Días después, la misma persona -a la que creí reconocer por escuchar su voz aunque nunca se identificó-, nos dice:
- ¿Qué puedo hacer por ustedes, qué necesitan?
¡Qué te parece!  En esa situación, las preguntas eran ridículas pero no estaba como para ironizar. Mi mujer le dice: -Mire señor, lo único que le pido es saber de mi hijo- y le da el número de teléfono de la madre. Un día después se repite la situación. El tipo nos reúne, siempre con los ojos vendados y sin decir quién es. De pronto le dice a Marta casi murmurando: -Señora, tranquilícese. Su hijo está muy bien- Nada más que eso y desaparece. Oigo su voz hablando con otra gente y con los guardias.

  En fin, nueve o diez días después que nos “levantaron”, a mí y a un pibe, nos soltaron por la avenida 44 donde estaba más descampado y de noche. Me despedí de Juan, así se llamaba, y me fui casa. Estaba destruido física y moralmente, pero había zafado, estaba vivo. Cada vez más convencido de que el tipo que nos habló era un antiguo amigo de la infancia. Nos habíamos criado juntos, en la misma cuadra, hasta los trece o catorce años. Fui a su casa. Me atendió su mujer porque el dormía; lo llamó para que se levantara. Le dije lo que me había pasado y que sabía que había sido él. Primero lo negó y después me abrazó llorando y diciendo que sí, que yo tenía razón.
Fui dos o tres días más a su casa, para saber qué había pasado con mi mujer, hasta que un día me dijo que se la habían llevado pero no sabía dónde. De ahí en más dejé de verlo. Le agradecí lo que había hecho por mí. Supongo que no pudo hacer más que lo que hizo. Su mujer un día me confesó que no podía dormir y sólo lo hacía a base de tomar cada día más pastillas.
Bueno, eso es lo que quería contarte. Mi hijo ya tiene veintisiete años y entre los dos hemos tratado de superar el pasado.  La ciudad es muy chica y es fácil encontrarse con  algún conocido en cualquier lugar. Me despido esperando que nosotros también nos encontremos algún día para poder hablar de cosas menos dolorosas.
Un abrazo muy fuerte, Jorge