Como mis relatos han comenzado a dispersarse por el espacio cibernético, es bueno que abra un lugar donde poder, amorosamente, reunirlos. Espero compartirlo con aquellos que disfruten con la lectura, uno de los más valiosos tesoros que le fue dado al ser humano
sábado, 16 de marzo de 2013
lunes, 4 de marzo de 2013
Bajo un cielo estrellado
01/03/2013
Autora: MARTHA
ALICIA LOMBARDELLI
Había perdido
la noción del tiempo y, en la oscuridad, tampoco podía saber dónde estaba.
¡Completamente perdido! Caminaba
apoyando cada pie con mucho cuidado mientras con una mano aferraba el freno del
caballo. Cruzar ese arroyo de noche era algo que podía ser muy peligroso. Los
bordes del puente preparado para cruzar, estaban tapados por el agua; un paso por fuera de esos límites, arrastraría tras de sí al caballo y el carro
hacia la parte más honda. Todo lo que llevaba se perdería en el agua; víveres,
ropa, herramientas… tal vez su propia vida.
Mientras avanzaba
lentamente, le vino a la memoria lo que le habían contado acerca de ese lugar.
Hacía muchos años, un bandido quiso huir desesperadamente de la policía y se
internó en ese arroyo para pasar a la otra orilla. En su fuga no tuvo en cuenta
– o simplemente desconocía ese dato- el
segmento de puente tapado por el agua y
eso lo llevó a su perdición. Cayó en la parte más honda golpeándose en la
cabeza. Pasaron varios meses antes de que alguien volviera a pasar por el
lugar. El caudal del arroyo era pluvial y como consecuencia de la prolongada
sequía en la región, se había reducido a un zanjón angosto. Así pudieron
encontrar los restos del bandido,
comidos por las aves carroñeras y las hienas del lugar. Desde entonces
cuentan que el alma de ese bandido pena por la zona.
Todo eso se agitaba en su pensamiento y algo
así como el miedo estaba haciéndose presente en su cuerpo. Él, que nunca le había temido a nada ni nadie,
esta vez no las tenía todas consigo. La sensación que lo recorría era insoportable físicamente: la respiración
se hacía cada vez más entrecortada. Ese cuerpo acostumbrado a no reclamarle ni
el frío ni el calor, que solo se hacía notar cuando estaba cansado, parecía
dejar de ser él mismo y convertirse en un obstáculo. Le dolía el pecho, le parecía que su corazón estaba a punto de
estallar. Los músculos de su cara no le
obedecían y los dientes producían un horrible chillido al chocar involuntariamente.
Recordaba su
infancia y los gritos destemplados de sus padres discutiendo e insultándose mutuamente. Era algo que se
repetía todos los días y fue para escapar de ese infierno que un día se largó
con su carro y su caballo, cuando solo tenía catorce años. ¡Por cuántos lugares
había andado! Los años y sus pasos
lo habían llevado a sitios que ya ni recordaba… Pero conoció tantas cosas –gentes de todo
tipo: amables y hostiles, sitios que jamás había imaginado que existían-; nunca se arrepintió de haber emprendido ese
camino. Paraba donde le sonreían; trabajaba si necesitaba dinero para albergue
o comida; seguía viaje cuando olía el rechazo como lo hacen los perros
callejeros.
No conocía el
rencor y eso le permitía ser feliz.
Había tenido una mujer que lo acompañó durante algunos años y disfrutó
de esa relación. La chica -tan anónima como él-, era otra fugitiva, así que se
sintió bien con la vida nómade que
llevaban juntos. Pero también ella, -como otros amigos en distintos momentos-, un día desapareció de su vida. El mundo es
para andarlo y no para arraigarse. La tierra es para recorrerla y no para echar raíces como las
plantas.
Algo distraído con
los recuerdos, siguió caminando despacio sin apoyar sus pies antes de tantear
cuidadosamente el suelo bajo el agua. Se sorprendió al ver que una figura
humana estaba parada en la orilla, como esperándolo. La oscuridad no le dejaba
ver nada; el miedo se le metió nuevamente en el cuerpo. El corazón lo aturdía
con latidazos, sacudiéndole el pecho como si fueran las campanas de un
campanario Quería azuzar el caballo pero
las mandíbulas endurecidas no le obedecían; su voz había desaparecido taponada
por las tenazas del pánico. Imposible volver atrás, había que seguir aunque le costara mover los pies; se sentía maneado como los animales al ser
enlazados. El mismo pensamiento se hacía lento, pesado…
Sintió que su
cuerpo se aliviaba de lo que había ingerido
ese mediodía. Nada le importó el hedor
que brotaba de sus ropas y lo
impregnaba. Siguió avanzando cada vez más cerca y cada vez más lento en el
andar hasta que llegó y pisó la orilla, ya fuera del agua. En ese momento, la nube que tapaba la luna se desplazó y se
vio frente a frente de los restos de un espantapájaros. Pedazos de saco viejo y
pantalón con una sola pierna, un sombrero encasquetado a la bola de paja que
figuraba la cabeza. Su cuerpo tensionado por el espanto al que la imaginación
lo había llevado, no pudo recobrarse y cayó con las manos cruzadas sobre el lado del corazón. Las nubes siguieron alejándose descubriendo
un cielo cubierto por estrellas de mil tamaños
que él nunca llegó a ver.
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